En la noche tranquila, la Luna enamorada
no quiso recogerse tras del nimbo moruno
la vimos desnudarse de su manta perlada
y nuestro fue su lecho...¡tan miel cómo ninguno!
Estaban nuestros cuerpos en la órbita licuada
con la furia huracán ¡del airoso Neptuno!
así entre tu regazo te di mi flor melada
y desde entonces eres la piel donde me acuno.
Podrán faltar al cielo sus planetarios coches,
a las aves su trino, las sales a la tierra,
al ciclo de la atmósfera sus tornados galernos.
Mas no pueden tus ojos oscurecer mis noches
porque en tu cénit dulce todo mi ser se encierra
y muero si algún día ya no podemos vernos.
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